DIARIO DE UNA ALBAYZINERA 1920

Ciber-novela por entregas en formato de Diario

15 OCTUBRE DE 1920, VIERNES

Narrado por la autora
MaRGaRiTa MaRíN


Querido Diario:

No salimos de una, con el susto de anteayer, y nos metemos en más sucesos violentos, aunque estos sin bombas…

¡No veas la que se lio el otro día en el Paseo de los Tristes!

Esa es otra:

Resulta que poco antes de las nueve de la tarde, pasaban por el Paseo de los Tristes dos soldados que se dirigían a su Zona de Reclutamiento, cuando, de pronto, se encontraron con dos hombres a la entrada de la Carrera del Darro tirados en el suelo que se quejaban y que al parecer estaban heridos.

Los reclutas cuando se acercaron vieron que en realidad ya no eran sólo las heridas, sino que estaban chapoteando en un charco de sangre. Inmediatamente pidieron auxilio. El Bernardo al escuchar los gritos de auxilio empezó a pedir ayuda a los transeúntes y vecinos, y entre todos los que estaban por allí, alertados, enseguida acudieron a socorrerlos. Los sentaron en unas sillas y así se los llevaron a la Casa Socorro sin perder un momento.

Eso sí, acompañados en comitiva hasta la Casa Socorro por todo el público que acudió al ayudarles.

Ambos quedaron ingresados en San Juan de Dios con pronóstico grave por la magnitud de las heridas. Incluso, uno, perdió tanta sangre que hubo hasta que ponerle suero…

Los dos heridos eran vecinos de Málaga que se encontraban trabajando estos días en Pinos Puente en la recolección de remolacha. Y cuando se les acabó la tarea y fueron despedidos, decidieron venirse unos días a Granada antes de regresar a su ciudad.

Al parecer, se fueron con “El Madrileño” de jarana, y de taberna en taberna, y cuando estaban llegando al Paseo de los Tristes empezaron a discutir sobre el trabajo remolachero. Y al «Madrileño”, que no le convendría que le llevaran la contraría por lo que fuera, con una botella que llevaba en la mano se lio a golpes con ellos dejándolos como los dejó y dándose a la fuga después.

Los chiquillos, empezaron a gritar pidiendo ayuda pero no acudió nadie ni se personó autoridad alguna hasta que no llegaron estos dos soldados y pudieron socorrerles. Y poco más porque dicen que no se acuerdan de nada desde que cayeron al suelo.

¡Ay, con las dichosas tabernicas!

¡Qué jartera, mare mía!

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